... hoy no tendría una vía de agua.
Si tuviese una vía de agua, la cosa tendría fácil arreglo. Lo que hoy tiene es a los pasajeros desconcertados porque sienten que la nave no para de dar vueltas y eso está bien mientras el servicio sea eficiente, pero está comenzando a ser aburrido.
Sin embargo lo que nuestros políticos nos van a ofrecer ya sabemos lo que es: vagas promesas de mejorar las condiciones de navegación. Se pondrá una aceituna más en el Martini, se mejorará el aire acondicionado o la calefacción, según las demandas de los camarotes; se cuidará más la pulcritud, puntualidad y eficiencia del servicio; se intentará no tirar desperdicios por la borda, quizás se ponga un invernadero ecológico en la popa; sin duda se supervisarán con más celo ciertos comportamientos que no están a la altura de la imagen que tenemos de nosotros mismos, etc.
Pero el problema de Europa no tiene nada que ver, tampoco, con las condiciones de la travesía. Si tuviera que ver con esto, con un poco de chapa y pintura podríamos seguir dando mil vueltas más alrededor de nuestro ombligo.
Nuestro problema es el destino, que no sabemos cuál es. Una comunicad política merece el nombre de una cuando tiene un destino común. Europa no lo tendrá nunca... porque no quiere tener enemigos sino, en todo caso, clientes.
Así que nos esperan más vuelta, muchas más vueltas, embistiendo con la proa la estela dejada por la popa antes de que la borre el curso natural de las olas.
Ya sabemos que hay un iceberg a la deriva amenazando nuestra ruta, pero si bien la posibilidad de un accidente nos asusta, nos asusta mucho más lo que podría pasar si parásemos las máquinas.