ICuando un político se atreve a moralizar, es que confía mucho en la discreción de su ayudante de cámara.
IIQueremos políticos moralizantes. Más aún queremos ver en el político al que votamos una esperanza de regeneración moral.
IIIUn político que no moralizase no se comería un rosco.
IVVotamos a quien creemos que es mejor que nosotros.
VEl político humillado, atrapado en una conducta vil, nos descubre al mismo tiempo su hipocresía y la ingenuidad de su confianza en su ayudante de cámara.
VICon frecuencia el político caído nos rinde con su caída un gran favor político al permitirnos creer por un tiempo que la indignación colectiva que ha encendido en nosotros su vileza, es la prueba de nuestra superioridad moral.