Todo el mundo parece venerar al Roto. En cuanto sale su nombre, la gente saca el reclinatorio. Es automático. Así que durante mucho tiempo me he guardado mis reticencias para mi, que tengo mis reclinatorios orientados a otros dioses.
Pero, miren ustedes, esa manera sacerdotal con la que el Roto convierte lo complejo en parodia, me parecería bien si él nos la presentara como parodia, pero no; que él no quiere hacer humor, sino metafísica, como Chirico. ¡Qué quieren que les diga! Encuentro más divertida la metafísica genuina.
Los metafísicos eran gente que, como se tomaba en serio el problema de los universales, sometía sus convicciones a discusión con tanta vehemencia que Buridán (el del famoso burro), compitiendo un día con Pierre Roger de Beaufort por uno de los grandes universales de la humanidad, el amor de la mujer de un zapatero alemán, le metió tal zapatazo en la cabeza a su contrincante que le partió el cráneo. Lo más curioso del caso es que la lesión potenció de manera prodigiosa la memoria del agredido, que acabó como papa con el nombre de Clemente VI.
Buridán, a quien los universales lo tenían en un sinvivir, acabó ahogado en el Sena. Lo tiraron metido en un saco al pillarlo tratando de lo inmanente y de lo trascendente con Margarita de Borgoña, la mujer de Luis X. Existen otras versiones sobre su muerte, pero yo estaba hablando del humor de la metafísica.
A diferencia de Buridán, El Roto, no tiene burro y por eso nos dibuja dogmas de obligada creencia para los que quieren estar en el lado correcto de la Fuerza. Y aquí, sí, lo reconozco, no deja de haber un punto de ironía, ya que la bandera del lado correcto de la fuerza es la del pensamiento crítico.