... da mucho de sí. Y no pienso decepcionar a nadie que quiera compadecerse de mis males con un caritativo "¡Eso ha de doler!" "Lo peor es -les cuento- cuando el médico tiene que abrirse paso con la jeringuilla por entre los huesos". Ponen cara de espanto, que es su manera de solidarizarse conmigo, y yo les agradezco su gesto imaginando qué nuevo acento poner en mi epopeya cuando el siguiente me pregunte cómo lo llevo. (Entre nosotros: lo llevo bien; el medico conoce su oficio y no hace daño, ¡pero uno tiene tan pocas oportunidades de hacerse el héroe! A mi me gusta exagerar en estas cosas. Y me crezco en mis exageraciones, de manera que me resulta imposible dar marcha atrás. No hace muchos días le contaba a alguien que me había sacado sangre para unos análisis una enfermera ciega. "¿Y cómo lo hace?", me preguntó. "Coge la jeringuilla con estos dos dedos, así, y te la va clavando. Eres tú quien tiene que preocuparse de que acierte. Pero claro -añadí- los ciegos también tienen derecho a trabajar en esto." Fue el argumento definitivo.