Va entrando el otoño en la costa
"Don Francisco Grandmontagne fue obsequiado con una comida a la cual concurrían elementos intelectuales y artistas que querían rendir un homenaje al insigne escritor.
En la mesa, frente a don José Ortega y Gasset, quiso la mala fortuna que se sentara un
businessman que mostraba un profundo desprecio por los teóricos, como él decía, y, singularmente, por los filósofos.
- ¿Para qué sirve un filósofo? -decía-. Para nada. En cuanto a mí, creo que la palabra filósofo es un eufemismo que designa a un necio. Porque, seamos francos, ¿qué diferencia hay, qué distancia separa a un filósofo de un tonto?- La anchura de una mesa -respondió amablemente Ortega".
Como hace tiempo que me quité del vicio de las novedades, no leo prensa. El mundo político ya se me hace suficientemente desabrido desde lejos, así que no voy más allá de alguna mirada a las portadas y la fidelidad a la columna del Quintano en la última del ABC, que me dejan leer en el quiosco del pueblo sin comprarme el periódico -es mi pequeño vicio solitario diario-. Todo lo que parecía sólido se está desvaneciendo en la inopia de la lógica de la identidad, que es hoy, como ha sido siempre, la disminución del valor de todo lo que no encaja. Tampoco veo, apenas, la televisión (hasta los Simpson me han cansado), así que tengo mucho tiempo para leer lo que me da la gana. Tras el
Anecdotario de Alfredo R. Antigüedad (aún me quedan algunas anécdotas que contar), tengo sobre la mesa
Aprendizaje y Heroísmo, de Eugenio d'Ors, en una edición de 1915, las
Disertaciones de Pedagogía para facilitar los ejercicios escritos en los actos de oposición y exámenes (es decir, el temario de las oposiciones de los maestros), de don Liberato Guerra, de 1868, y
Bandera d'escàndol, del carcamal de Ramon Rucabado (1934), que es una filípica contra los desnudos en las exposiciones de arte de Barcelona. Me los compré todos en mi librería de viejo preferida, Costa Llibreter, de Vic.