Tras la comida me he refugiado un rato en las páginas de Santiago Valentí Camp, con la alegría de saber que me estaba esperando en ellas ni más ni menos que Ángel Ganivet.
Me ha gustado esta anécdota de los años de escuela del granadino. Un día el profesor de retórica les escribió en la pizarra diez palabras que serían las terminaciones de una décima que debían componer los alumnos. ¡Toma deberes! Todos obedecieron disciplinadamente al profesor. Todos... excepto el joven Ganivet, que alegó que "para decir tonterías en verso era mejor escribir en prosa o no escribir ni en prosa ni en verso, que es lo que él hizo".
No conocía tampoco que dos días antes de su suicidio, el 27 de noviembre de 1898, dejó en el domicilio de un amigo un escrito en el que entre otras cosas confesaba; "No recuerdo haber hecho mal a nadie, ni siquiera en pensamiento; si hubiera hecho algún mal, pido perdón".
Creo que Valentí Camp acierta cuando sostiene que Ganivet fue un error del espacio y del tiempo. Estaba destinado a nacer en otro lugar en otro tiempo. "Nació demasiado pronto para vivir con intensidad y expansión sus ideas reformadoras, basadas en la tolerancia, la ética sin obligación ni sanción y un humanismo integral, o demasiado tarde para vivir con la nobleza y la hidalguía propias de los tiempos caballerescos". Pero me pregunto si en nuestra historia no hay demasiados personajes así... ¿Será España una singularidad espacio-temporal? Deberíamos consultar nuestro destino con Hawking.
Cuando más leo a Valentí Camp más me doy cuenta de la voracidad de nuestro olvido.