Si hay atentados islamistas en un país europeo, lo que la sangre derramada pondría de manifiesto para algunos es que las víctimas no son tan inocentes como creen. Por ejemplo: los franceses no saben tratar al otro o los daneses no son tan liberales como nos hacen creer. Hay una beatitud política escandalosa, porque se dedica a lanzar sospechas sobre la inocencia de la sangre derramada. Es una beatitud política que no solamente sitúa lo bueno por encima de lo nuestro, sino que, queriendo ser hiperbólicamente buena, sitúa a lo bueno por encima de toda realidad: es incapaz de aceptar que allá donde hay un sistema de convivencia hay un sistema de exclusiones, con lo cual, en vez de culpar a los franceses o a los daneses, está condenando a la política por ser lo que es, política. En este sentido, los islamistas les llevan delantera: ellos saben muy bien que un sistema político malo es el que los excluye. Y actúan en consecuencia.