Hoy en la Fundació Collserola, hablando a contracorriente, he dicho cosas como estas:
Hay una visión muy ingenua del aprendizaje que viene a decir que aprender es fácil y entretenido, que todos nos hacemos preguntas y que todos, en cierta forma, somos filósofos. Por gracia o por desgracia, no es así. Si se trata de aprender cualquier cosa, se puede aprender de cualquier manera, pero si se trata de adquirir conocimientos relevantes y sistemáticos, hemos de poner algo de nuestra parte, porque los conocimientos no se ordenan solos. Pensar es fácil, pero pensar bien no. Por eso es más probable que en los transportes públicos nos encontremos con alguien resolviendo sudokus que leyendo un libro sobre física cuántica.
Todos, efectivamente, nos hacemos preguntas, pero el problema es que mientras buscamos las respuestas nos distraemos. A veces olvidamos las preguntas que nos habíamos hecho y a veces nos conformamos con cualquier respuesta. Un pensamiento relevante es tan poco frecuente como un buen soneto de Shakespeare o una fuga de Bach. Existe una jerarquía en el conocimiento. La supuesta horizontalidad de las relaciones en Internet hay que tomarla con precaución, al menos mientras siga habiendo una jerarquía notable entre cualquier cuarteto de cuerdas de Beethoven y las obras completas de Georgie Dann. Hacedme caso en lo que os voy a decir, porque os lo dirán pocas veces: en la edad de la sobreabundancia de información, precisamente porque hay mucha, la información vale muy poco. Lo que vale, y valdrá cada vez más, es el conocimiento relevante. Y vale porque es escaso.
Y al llegar a casa me he encontrado con esta propuesta de portada de la editorial para el libro de Sócrates:
Me gusta... pero no sé muy bien por qué.