Hoy se me ha echado un pordiosero encima, literalmente. Él estaba sentado en un banco y yo pasaba tranquilamente a su lado. Ya he visto que me miraba, pero no esperaba su reacción. Se ha levantado con los brazos abiertos y me ha dado un abrazo. Me he separado de él como he podido y mi primera reacción ha sido llevarme la mano al bolsillo de la cartera, a ver si seguía allí. Entonces he oído que decía mi nombre. "No me conoces, ¿verdad?" Me resultaba imposible conocer a nadie con aquellos dientes carcomidos y aquellos ojos rojos. "Igual hace cuarenta años que no nos vemos", ha añadido. Y entonces he caído. Ese hombre fue mi alumno cuando era un niño, efectivamente, hace cuarenta años. "Una vez me enteré de que dabas una conferencia en una casa grande que hay en una plaza así, pequeña, de por donde la catedral. Quise ir, de verdad, pero se me pasó". Como no sabía qué decirle, le he devuelto el abrazo y le he dado la chaqueta llevaba.