Si la capacidad de estrés de nuestros alumnos no es suficiente para resistir los ejercicios elementales a los que han de enfrentarse en las diferentes pruebas de evaluación externa, más que preocuparnos por las pruebas, deberíamos preocuparnos por nuestros alumnos.
¿Qué tipo de adultos estamos formando?
¿Qué demonios de competencias están adquiriendo?
¿Dónde ha ido a parar esa inteligencia emocional en la que supuestamente los estamos educando?