Hace unos días me invitó don José Luis López Bulla a Pineda de Marx y yo le dije que estaba enclaustrado, pero que en cuanto pusiera el punto final a mis espías me pondría a sus órdenes. Esta mañana ha puesto ese punto. Bien es verdad que aún no es final del todo. Es provisionalmente final. Me queda por investigar alguna cosa importante, como las declaraciones de alguien que estuvo a las órdenes del comandante Ramón Mercader en Torre del Burgo, leerme un par de libros que tratan de manera circunstancial aspectos relevantes de mis espías, consultar un archivo en París y esperar las notas manuscritas de Albert Ginestà. Pero todo esto vendrá dentro de unos días. Hoy he puesto el punto final provisional y me he subido al tren de la costa con dirección a Pineda de Marx.
Tiene don José Luis el arte de saber sonreír, que es un arte maquiavélico y terrible porque si bien acoge con generosidad al forastero, estoy seguro de que desarma al adversario y, por la luz intensa que aparece de vez en cuando en sus ojos, juraría que sabe combinar su sonrisa con la muleta o con el estoque, según sea la querencia de quien tenga delante. Me huelo que como enemigo este hombre ha de ser temible, pero sospecho que no le gusta ejercer de enemigo. Bien podría ser el jefe de una pandilla de bandoleros de Sierra Morena, pero por no salir de casa con los calores del verano, prefiere sentarse a la fresca con la vecindad a hablar -a hablar claro- de lo que se tercie.
Yo de don José Luis había oído hablar, claro. Decían que era un reformista y que él asentía, pero añadiendo que al estilo de Lenin. Una vez hice el viaje en tren de Barcelona a Ocata a su lado, pero como no nos habían presentado, yo no dije ni pío. Él llevaba un informe, algún estudio sobre cuestiones sociales del que he olvidado el título. Así que conocernos, nos hemos conocido hoy, pero a los cinco minutos de estar juntos ya parecía que nos conocíamos de antiguo.
Es un lujo hablar con este hombre. Una charla de un par de horas con él debería convalidar medio curso de historia contemporánea de Cataluña. Diría más: quienes no hayan pasado un par de horas hablando con él, podrán aprobar académicamente la historia contemporánea de Cataluña, pero no se habrán enterado de una parte esencial de la misma.
Don José Luis es un hombre erudito, memorioso, con sentido del humor, generoso y que sabe elegir el cava y los lugares donde hacen buenos calamares a la romana.