La manera de ser buenos que hemos descubierto los europeos consiste, por una parte, en renunciar a la grosería de la fuerza militar y, por otra, en dolernos permanentemente de nuestros pecados (con lo cual, nunca llegamos a cumplir la penitencia). Pase lo que pase en el mundo, los europeos sacamos inmediatamente a lucir nuestras vergüenzas: algo tenemos que ver nosotros. El narcisismo culpable es la forma ética de Europa. "Europa se ha acabado" he leído estos días, junto a esa hipócrita coletilla de "me avergüenzo de ser europeo". Somos, por lo que parece, lo peor de lo peor. Somos tan malos que debiera resultarnos incomprensible que haya tantos exiliados deseando instalarse en este continente moralmente miserable.
En los años 30, Husserl defendió en unas conferencias famosas el heroísmo de la razón, asociándolo a la idea que, según él, lleva Europa en su esencia, la de la humanidad. Todo lo que vino después nos puso de manifiesto lo difícil que es eso del heroísmo de la razón (es más llevadero el emotivismo de la culpa) y lo aún más difícil que es pensar la humanidad. En cuanto los herederos de Husserl comenzaron a hablar de humanidad, se los criticó por eurocentristas.
El drama de los exiliados está ahí y sería cínico cerrar los ojos, pero su dramatismo no es moralmente mayor del que estaba siendo habitual en las costas mediterráneas ante la pasividad de los países del norte de Europa, que no querían saber nada de recibir cuotas de emigrantes. ¿O acaso nuestra moralidad depende de que una víctima tenga un fotógrafo cerca?
Ciertamente Europa, a diferencia de lo que están haciendo algunos estados musulmanes muy ricos, no puede cerrar los ojos ante el sufrimiento de los que llaman a sus puertas. Pero la respuesta no puede ser abrir las puertas de par en par a los exiliados políticos y cerrárselas a los exiliados económicos. ¿Qué alternativa queda, entonces? ¿Ejercer de gendarme y tomar partido en los conflictos próximos? "Por favor, paren esa guerra", decían algunos por las redes sociales. El problema es que los malos no se dan por enterados si los bombardeamos con buenos consejos. Ademas, la desastrosa experiencia de Irak y Libia nos permite constatar que somos muy buenos destruyendo gobiernos, pero muy malos ayudando a crear gobiernos nuevos. Por otra parte, tampoco podemos olvidar que en los dos lados de un frente hay niños susceptibles de morir destripados por las bombas.
Nos encontramos aquí con un dilema que si no lo solucionamos pronto, puede acabar con Europa. Pero cuando los dilemas políticos no encuentran solución lo que suele fallar no es la claridad política, sino la claridad moral.
Para que Europa pueda ayudar la condición elemental es que siga habiendo Europa.
The New York Times