Voy al médico. Me han recomendado una técnica para mis acúfenos que puede dar resultado y como estoy hasta la coronilla de vivir entre sonidos que no controlo, me presento en la consulta a ver qué. La doctora que me recibe es argentina. Yo he venido por mis acúfenos. ¿Por qué hablan tanto los argentinos? ¿Por qué dan por supuesto que te vas a encontrar cómodo en la inmersión en una proximidad de colegas? Comenzamos mal. Pero yo he venido por mis acúfenos. La doctora me comienza a hablar de emociones. Seguimos mal. Me dice que cada emoción está relacionada con un órgano del cuerpo. Le digo que yo no tengo tanta versatilidad emocional. Me mira sorprendida. Le preguntó por qué está tan segura de que las emociones tienen efectos somáticos. Me contesta que ya era sabido por la medicina antigua. Seguimos mal. Pero yo he venido por mis acúfenos. Yo creo más bien, le digo, que son los trastornos corporales los que te producen emociones. Bueno, es lo mismo, me contesta ella. Me sorprende que a una médico las causas y los efectos le parezcan intercambiables. Pero yo he venido por mis acúfenos. Me pregunta a qué me dedico. Le digo que soy filósofo. Ah, entonces no voy a discutir con usted, me suelta. Después de una hora de conversación bastante surrealista en la que entre otras cosas la doctora me asegura que todos los hombres vemos en nuestras mujeres a nuestra madre, me dice que me hacen falta 30 sesiones y que el total son 1.800 euros. Después me hará una evaluación y quizás necesite otras 30, porque lo mío es un trastorno idiosincrático, me dice. Pero dispone de una financiera que me puede ayudar. Yo había ido por mis acúfenos.