Artículo aparecido en el diario ARA el 12/19/2015
Hablar de quién es dios es fácil porque podemos nombrar muchos dioses. Es fácil también hablar del ateísmo, que al fin y al cabo es el plural de Dios. Es mucho más difícil saber qué es dios. Alguien puede decir que es imposible, porque de Dios sólo sabemos fantasías. Franz Rosenzweig respondía a esta objeción diciendo que todo lo que sabemos del mundo se reduce a las impresiones que tenemos de él, y lo que sabemos del hombre, a vivencias personales e intransferibles. El mundo y el hombre no se encontrarían en mejor posición que Dios ante el tribunal de la razón. ¿Por qué, entonces, concentramos nuestras dudas en Dios? "Porque esta es la duda fructífera", nos dice Rosenzweig. Creo que, efectivamente, el conocimiento que creemos tener del mundo y del hombre algo le debe a la fe, como la filosofía ha ido insinuando al menos desde Hume. También aquí se podría objetar que el lenguaje del conocimiento científico es bien diferente del de la teología. Pero recientemente se han reunido en Munich un grupo de físicos y filósofos para discutir hasta qué punto determinados desarrollos de la física teórica que tratan especialmente del espacio, el tiempo y la materia pueden ser contrastados y si una teoría que no puede ser contrastada empíricamente (la teoría de cuerdas o la del multiverso, por ejemplo) sigue mereciendo el nombre de científica. Pero no quiero entrar en un campo en el que soy incompetente. Lo que quiero preguntarme es si podemos saber qué es Dios a partir de sus efectos no en el mundo de la ciencia, sino en el mundo de la vida. Al fin y al cabo, la ciencia es una reducción -todo lo rigurosa que se quiera- del mundo de la vida.
"A Dios nadie lo ha visto", sostiene el evangelista Juan. Pero sí vemos el mundo que se forma alrededor de la fe de los creyentes y algo tendrá que ver lo uno con lo otro. Nietzsche decía que, así como alrededor de un héroe todo se vuelve tragedia, alrededor de un Dios todo se vuelve mundo. Podríamos decir, pues, que llamamos Dios al principio no hipotético (no hipotético al menos para el hombre de fe) que ordena y sostiene el mundo que rodea al creyente y hace posible su forma espontánea de habitarlo. Si habitas de manera espontánea en un mundo, tienes un Dios. Pero como el mundo es siempre lo que consideramos natural, podemos dar un paso más: para saber en qué Dios cree un pueblo, podemos observar qué es lo que este pueblo entiende por "natural". Todos nos sometemos a lo que admiramos y lo que más admiramos queremos que sea lo más natural. Quizás no siempre tenemos claro qué es exactamente lo que admiramos, pero no dudamos en seguir las liturgias que hacen patente nuestra admiración.
A Francis Fukuyama lo hemos criticado mucho por haber sugerido que nos encontramos al final de la historia. Lo que quería decir es que la historia termina en el momento que desaparece todo lo que tiene más valor que la propia vida: cuando los hombres ya no tenemos ninguna causa por la que morir y nuestra convicción más fuerte es la de ser propietarios exclusivos de nuestro cuerpo. Pero esta tesis ha sido refutada por la sangre que continúa vertiendo la fe. Hasta hace poco, los diferentes dioses se refugiaban en el seno de diferentes fronteras políticas. Ahora no. Ahora en nuestra escalera de vecinos pueden vivir diferentes credos, es decir, concepciones muy diferentes del mundo. Nuestros dioses ya no son los dioses de nuestro pueblo. Pero cabe preguntarse si un grupo de personas que no comparte un dios forma un pueblo o si hay un ejército cuando los generales no comparten la fe de la tropa.
Espero que los teólogos y los filósofos políticos me perdonarán esta invasión tan grosera en su campo, pero espero también que acepten que la teología -este intento tan sorprendente de articular un discurso racional sobre Dios- es una especificidad del mundo cristiano y, entonces, también lo es este artículo tan desarticulado. El mundo que nos devuelve el cristianismo a cambio de nuestra fe es un mundo en el que es posible razonar sobre Dios. Y para hablar de esta suprema cuestión hay -había- que saber filosofía. Por esta razón las universidades son un fenómeno estrictamente europeo y cristiano.
Toda la reflexión anterior no quiere ser más que una meditación sobre la Navidad, que para los cristianos es la fiesta mayor de los pobres. Celebran un acontecimiento absolutamente extraño: el nacimiento de un Dios, es decir, la encarnación de un Dios en la fragilidad de un bebé que para sobrevivir necesita el calor de los hombres. El pesebre, como hecho religioso, es un fenómeno de la ortodoxia cristiana, pero la reflexión sobre su significado es un fenómeno europeo; mucho más europeo que las luces meramente decorativas que iluminan las calles predilectas del consumo, cerrándonos así el paso a la observación de las estrellas.