Dice Raymond Aron -aquel filósofo con el que los cursis del 68 se enfadaban cuando tenía razón- que los que se ocupan de la política sin ser ambiciosos acaban transformándose en periodistas. Nosotros podríamos añadir que incluso en tertulianos. "No caigamos en el error de la mayor parte de los profesores [nosotros podríamos sustituir 'profesores' por 'intelectuales'] que erigen en virtud propia la falta de ambición o la propia incapacidad para satisfacerla, y no postulemos como principio que la ambición de los políticos es una desgracia".
Efectivamente hay dos tipos humanos en los que la ambición se da por supuesta: el político y el artista. Podemos añadir un tercero: ese rarísimo tipo que se da como mezcla y síntesis de ambos, el filósofo. En ninguno de ellos encontraremos muchos partidarios de compartir la gloria. Como decía el general de Gaulle, "la gloria no se comparte". Por eso habrá siempre una u otra forma de aristocracia.
Tampoco es fácil encontrar personas con las que compartir la deshonra o la desgracia. Pero esta es otra cuestión.