Me he pasado un buen rato repasando la publicidad de las escuelas que se anuncian en la prensa. Es muy instructiva. Promete cosas magníficas: espacios lúdicos, atención a la diversidad, felicidad ("a la escuela soy feliz", "la felicidad es una manera de vivir"), implicación, estimulación, integración de las diferentes competencias, respeto de la libertad individual, proyecto sólido en valores, respeto y compromiso, competencias relacionadas con la dimensión humana, estar "como en casa", el fomento de la autoconfianza... La competencia por lucir las mejores intenciones es obvia y confirma mi tesis de que los centros de enseñanza se evalúan a sí mismos más por la altura de sus buenos propósitos, que por la evidencia de sus resultados.
Los procedimientos se han comido a los resultados.
Hasta hace veinte años las imágenes que las escuelas utilizaban para hacerse publicidad era la de un alumno frente a un libro o un microscopio. Ahora lo que se lleva son las caras felices, los espacios abiertos, los árboles, las pantallas, los niños jugando y las fotos de los edificios. Los libros han desaparecido.