Seguir las derivas de la innovación educativa es agotador. Ahora resulta que las nuevas tecnologías también pertenecen a la escuela antigua, al menos según se sugiere en este artículo de El País, que es para enmarcar.
Lo que parece que se va imponiendo en la moda pedagógica de esta temporada no es tanto lo innovador como lo alternativo, por ejemplo la escuela del bosque, que se creó en Alemania a principios de siglo XX para combatir la extensión de la tuberculosis entre los niños.
Lo alternativo, sin embargo, parece tener mucho más claro lo que critica que lo que quiere, lo cual no significa que eso que critica sea real. ¿Pero qué importa si ayuda a mantener el postureo? La vulgata alternativa lleva ya mucho tiempo clonándose a sí misma, repitiéndose, en un ejercicio que no ayuda a tomarse muy en serio sus loas al pensamiento crítico, que la “la escuela tradicional, que todavía tenemos, nace con la época industrial, en la que se demandaban individuos homogéneos, con una cultura y preparación muy similar y aptos para cumplir órdenes y no cuestionarse demasiado las cosas. Con clases en las que el profesor era el único protagonista, basadas en libros de texto y en la capacidad para memorizar determinadas enseñanzas. La pedagogía alternativa propone todo lo contrario, un trabajo basado en proyectos en los que el niño es el autor de su propio aprendizaje”.
A mi me parece que esa llamada "pedagogía alternativa" lo que propone es un retorno a 1920... pero con la ideología de 1968.
El encuentro entre la escuela y la realidad se pospone hasta el momento en que aparecen las notas de corte de selectividad. Mientras tanto, la escuela se va convirtiendo en un foco de consumo cada vez mayor. Por eso no hay ni compañía tecnológica importante ni banco ambicioso que no tenga su división educativa apostando, obviamente, por la innovación.
Mientras esto es lo que pasa en las escuelas alternativas, las que utilizan libros de texto se lanzan también a la creatividad (por favor, decidme que es un montaje):