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El café de Ocata
La empatía es la capacidad de identificarse con alguien y de compartir sus sentimientos. Lo que nunca está claro es si ese "alguien" con el que creemos identificarnos es algo más que una imagen aproximada del alguien real.
(B., estoy escuchando el preludio de la sinfonía número 4 de Charles Ives).
Para asegurarnos nuestra identificación con alguien, previamente debiéramos entenderlo bien, pero tampoco está claro qué quiere decir esto. ¿Significa entenderlo de manera objetiva y precisa, de manera superior a como él se entiende subjetivamente a sí mismo o significa entenderlo exactamente de la manera como él se entiende a sí mismo?
¿Pero acaso alguien se conoce a sí mismo?
"De lo que se trata en la vida", escribe Phillip Roth en su Pastoral americana -y Roth de estas cosas sabía mucho- "no es de entender bien al prójimo. Vivir consiste en malentenderlo, malentenderlo una vez y otra y muchas más, y entonces, tras una cuidadosa reflexión, malentenderlo de nuevo. Así sabemos que estamos vivos, porque nos equivocamos".
Insisto: ¿Por qué habríamos de entender al otro si no nos entendemos a nosotros mismos? Quien no tenga alguna zona de su alma en penumbra, que levante la mano.
"Nadie me conoce mejor que yo mismo", nos confesó el gran San Agustín, "y, sin embargo, no puedo estar seguro de lo que haré el día de mañana."
Conclusión: la empatía es la forma beata de la incomprensión.
Nota: cuando ustedes vean aparecer muchos posts en este café, es que estoy de Rodríguez.
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El café de Ocata
Últimamente parece de gran altura moral sentir vergüenza de ser europeo, a pesar de que no hay nada más europeo que sentir nostalgia de lo que no se es, sea Atenas, Jerusalén o, en otro tiempo, Moscú. Curiosamente, muchos de estos nostálgicos lo que parecen lamentar de Europa es que no se comporte como un hotel en el que todos tendríamos derecho a ser servidos de manera eficiente y de acuerdo con nuestros valores, sin sentirnos obligados a dar nada a cambio. O sí: A cambio de sus demandas ofrecen su desafección.
¿Cómo no sentirse incómodo con la manera errática y vergonzosa con que los líderes europeos están encarando la crisis de los refugiados? Pero deberíamos preguntarnos también si, al actuar así no están pensando en las medidas que obtendrán el mayor consenso entre la ciudadanía europea, porque la política democrática no se hace con el bien, sino con el consenso (para bien y para mal).
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El café de Ocata
Nuestros abuelos no iban a misa a que les hablaran de Dios, sino a que les explicaran el mundo, que era lo que de verdad les urgía. Desde el púlpito se les explicaba el orden de las cosas, de manera que salían de la iglesia convencidos de que cada cosa estaba en su lugar y de que habían un orden en el mundo.
Pero nosotros sabemos que el negociado de la explicación del mundo no se encuentra en los púlpitos, sino en las cátedras de las universidades.
Claro que entre el mundo que se explica en las universidades y el mundo abandonado por los curas (ahora se limitan a decirnos que seamos buenos en el seno de un mundo que no explican) está nuestro mundo, el de la vida, ese mundo en el que tenemos que actuar para dar respuesta con nuestra pobre inteligencia a los problemas impostergables que nos salen al paso. Como ya no tenemos la ayuda de la iglesia y la de la ciencia nos pilla lejos, debemos salir del paso como podemos. A salir del paso como se puede se le llama prudencia.
La prudencia es la virtud que debería sustituir a la religión y a la ciencia a la hora de regir nuestros pasos. Pero nuestra insensata prudencia no da para tanto.
El nihilismo es lo que acaba surgiendo cuando nos vemos obligados a sustituir la ciencia (la del púlpito o la de la cátedra) por la prudencia.