Últimamente parece de gran altura moral sentir vergüenza de ser europeo, a pesar de que no hay nada más europeo que sentir nostalgia de lo que no se es, sea Atenas, Jerusalén o, en otro tiempo, Moscú. Curiosamente, muchos de estos nostálgicos lo que parecen lamentar de Europa es que no se comporte como un hotel en el que todos tendríamos derecho a ser servidos de manera eficiente y de acuerdo con nuestros valores, sin sentirnos obligados a dar nada a cambio. O sí: A cambio de sus demandas ofrecen su desafección.
¿Cómo no sentirse incómodo con la manera errática y vergonzosa con que los líderes europeos están encarando la crisis de los refugiados? Pero deberíamos preguntarnos también si, al actuar así no están pensando en las medidas que obtendrán el mayor consenso entre la ciudadanía europea, porque la política democrática no se hace con el bien, sino con el consenso (para bien y para mal).