Juan Manuel de Prada le dedica su Raros como yo de este sábado (ver ABC Cultural) a un raro que merece como pocos este calificativo, al "descabalado, disperso y un tanto delirante, Felisberto Hernández". "En París (a donde había viajado gracias a una beca que le consiguieron Supervielle y Roger Callois)se enamora de María Luisa Heras [sic], una modista española con la que también se casa, para no variar, y de la que se divorcia para volver a vivir con su madre en la pensión pulgosa de siempre".
De Prada se olvida de un pequeño detalle: María Luisa Heras es la ceutí África de las Heras, una de las agentes más importantes de la historia del KGB.
Comenzó a colaborar con los soviéticos en Barcelona durante la guerra civil y en la URSS tuvo una destacada actuación como guerrillera actuando tras las filas alemanas. En abril de 1944 le concedieron la Orden de la Estrella Roja, la medalla del Guerrillero de primer grado, la Medalla de la Defensa de Moscú y la Medalla de la Victoria. Pocas mujeres alcanzaron un medallero más excelso que el suyo y pocas, también, lo tuvieron más merecido. Inmediatamente después asistió a varios cursos para completar su dominio del ruso y de las técnicas de espionaje. En enero de 1946 fue enviada a París, vía Berlín, donde se hizo pasar por María Luisa de las Heras, una exiliada política española. Alquiló un apartamento en el número 82 de la calle Lauriston, en la orilla derecha del Sena, donde montó un taller de modista. Siempre fue muy buena con la aguja de coser. No tardó en ganarse una cierta reputación y atender a una clientela distinguida. Su objetivo en París era Felisberto Hernández, de convicciones marcadamente anticomunistas. Parece que se conocieron en el Pen Club, el 13 de diciembre del 47, con ocasión de la presentación de Filisberto en la sociedad literaria parisina por parte de Jules Supervielle. Gracias a Felisberto obtuvo los documentos legales que le permitieron desplazarse a Uruguay. Embarcó en Burdeos en el transatlántico Kerguelen el 3 de diciembre de 1948 y desembarcó en Montevideo el 27 de diciembre. Ya podía dedicarse a la misión que le habían encomendado en Moscú: la creación de una red de espionaje en el Cono Sur. Al principio, Felisberto y África vivieron en apartamentos separados, pero próximos, en la calle Juan Manuel Blanes. Se casaron el 14 de febrero de 1949 y a partir de entonces comenzó una historia de la que nos desentenderemos nosotros. Baste decir que África no se casó para ser feliz, sino para tener una buena cobertura para sus operaciones de espionaje. Y mientras la cobertura fue necesaria, permaneció casada. Dos años. Sudoplatov -una alta figura del KGB- dice estuvo trabajando con Rudolf Abel. Si esto es cierto, hemos de tener en cuenta que la red de espionaje que consiguió tramar Abel, con conexiones en Nueva York, California, Brasil, México y Argentina, fue decisiva para la obtención de los secretos atómicos norteamericanos. África acabó sus días como “profesora particular” de agentes a los que daba clases en su propio piso en Moscú, en el Sadóboye Koltsó, cerca del metro Smolenskaya.