No tengo dudas de que las ideas de John Dewey (1859-1952) están en el horizonte de lo que hoy pasa por innovación educativa. Que se consideren innovadoras unas ideas que tienen cien años es curioso, e incluso divertido, pero no tiene por qué ser en sí mismo preocupante. Lo preocupante es que Dewey se pasó las últimas décadas de su vida quejándose de que muchos educadores innovadores lo estaban malinterpretando.
Durante mucho tiempo me tomé las quejas de Dewey en serio, creyendo de buena fe que él no tenía la culpa de los excesos pedagógicos de algunos que se hacían pasar por discípulos suyos. Ahora, que lo estoy releyendo, estoy comenzando a tener otra opinión de lo ocurrido. Estoy descubriendo un Dewey que con frecuencia convence más por la música que por la letra. La música es la de la filosofía de la expresión del romanticismo alemán. Peor la letra... la letra me parece con frecuencia de una vaguedad tan vaporosa que permite lecturas muy diferentes. Me pregunto si esta vaguedad no es un reflejo de la vaguedad del propio pensamiento pedagógico de Dewey.