El papel del maestro no es ponerle las cosas fáciles al alumno. Es ponérselas difíciles. Tan difíciles como sea didácticamente posible en cada caso. La razón es sencilla: sólo ante un reto verdadero se pueden cometer errores. Y si no se cometen errores no hay posibilidad de conocer los propios límites y superarlos reflexivamente.