Ayer fuimos mi mujer y yo a Manresa a hablar de la relación entre filosofar y caminar y, como parecía preceptivo, tomamos el camino más largo. De esta forma pudimos detenernos en Mura y recorrer sus callejuelas.
Encontrándonos en el año Llull, era preceptivo, también, comenzar una charla sobre esta cuestión con una cita de este "caballero andante del pensamiento", como lo bautizó Menéndez Pelayo. La tomé del Llibre de meravelles, en concreto de las palabras con que un padre anima a su hijo a iniciar el viaje: "Amable fill [...] ve per lo món, e meravelle't dels hòmens".
José ben Sabarra, autor del Sefer Saasouim, era un médico judío que vivía en Barcelona. Tenía una vida acomodada y muchos amigos, pero lo dejó todo cuando en un sueño un desconocido le ordenó: "¡Despierta, porque el vino rojo brilla". Al despertarse descubrió al desconocido a los pies de su cama. "Acompañadme", le pidió, "y yo te llevaré a otro lugar." Dijo llamarse Natas, un nombre extraño que escondía un secreto que sólo se pondrá de manifiesto a lo largo del viaje: Natas invertido es Satán.
El maestro Eckhart preguntaba a sus monjes: "¿Porque salimos de casa?". Él mismo les daba la respuesta: "Para encontrar el camino de retorno".
Petrarca, Elogio de la vida solitaria: "Mi espíritu en ningún lugar ha sido más feliz que entre bosques y montañas, en ningún otro lugar mis sentidos han estado más afinados."
En otoño de 1776 Rousseau comienza a escribir Las Rêveries du promeneur solitaire. Al final ha descubierto que el retorno a la naturaleza es la única manera de alcanzar un "sentimiento de la existencia despojado de cualquier otra afección."
Shopenhauer llega a la cima del Schneekoppe justo a la salida del sol. "He visto el mundo a mis pies como un caos", escribe. Cuando el sol llega finalmente al valle, lo que ofrece a su mirada es "el eterno retorno y la eterna sucesión de montañas y valles, bosques y praderas, ciudades y pueblos".
En el transcurso de uno de sus paseos, Nietzsche se detuvo junto a una roca situada a orillas de un pequeño lago, disfrutando de los juegos caprichosos de las luces y las sombras en las faldas del Piz Corvatsch. "Había hecho abstracción de mí mismo. Todo era juego, puro juego; todo era lago, luz de mediodía, tiempo sin objeto. Y, de pronto, amigo, Zaratustra pasó a mi lado".
Para terminar recuperé las palabras iniciales de Llull: "Amable amigo, vete por el mundo y maravíllate de los hombres".