Tomás Moro escribió algunas de las oraciones más divertidas de la historia del cristianismo. Quizás por eso se le atribuyen las siguientes bienaventuranzas, que leí (en versión un poco libre de éste, su seguro servidor) el domingo pasado en la Llibreria Nollegiu:
- Felices los que saben reírse de sí mismos, porque nunca terminarán de divertirse.
- Felices los que saben distinguir una montaña de una piedrecita, porque evitarán muchos inconvenientes.
- Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas porque llegarán a ser sabios.
- Felices los que saben escuchar y callar, porque aprenderán cosas nuevas.
- Felices los que son suficientemente inteligentes como para no tomarse muy en serio, porque serán apreciados por quienes los rodean.
- Felices los que están atentos a las necesidades de los demás, sin sentirse indispensables, porque serán distribuidores de alegría.
- Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas y con tranquilidad las cosas grandes, porque irán lejos en la vida.
- Felices los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desprecio, porque su camino estará lleno de sol.
- Felices los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar, porque no se perturbarán por lo imprevisible.
- Felices los que saben callar y ojalá sonreír cuando se les quita la palabra, se les contradice o cuando les da un pisotón, porque el Evangelio comienza a penetrar en su corazón.
- Felices los que son capaces de interpretar siempre con benevolencia las actitudes de los demás aunque las apariencias sean contrarias. Pasarán por ingenuos: es el precio de la caridad.