Cuenta Claudio Eliano que un ateniense llamado Trasilo vivió una singular forma de locura. Un día abandonó Atenas y se instaló en el Pireo. Estaba convencido de que todos los barcos que entraban y salían del puerto eran suyos y se dedicaba a anotar sus nombres y su carga. Cuando uno regresaba cargado de productos extranjeros, Trasilo era el más feliz de los atenienses. Pasó muchos años viviendo de esta manera, hasta que un hermano suyo llegó de Sicilia y viendo su estado, lo llevó a un médico que lo liberó de su mal. Pero Trasilo a menudo se acordaba de cuando había perdido la cordura y en estos momentos se lamentaba diciendo que nunca había sido tan feliz como cuando vivía en el Pireo registrando el trafico marítimo.