Me pide mi amiga B. que escriba algo sobre el premio Nobel de literatura que le han dado a Bob Dylan. Le cuento que mi primera reacción al enterarme ha sido ponerme a recoger firmas para promover a Keith Richards como próximo premio Nobel de medicina.
Que conste que yo me leía los poemas que escribía Dylan en sus años jóvenes, que acabaron en la basura con otros muchos, muchos libros, el día que decidí hacer limpieza de todo lo que sabía con certeza que no me volvería a leer.
No entiendo este premio. Comparo a Dylan con los nombres de otros posibles candidatos, como Claudio Magris, Milan Kundera, Amos Oz, Peter Handke, Paul Auster... y el cantante me parece un enano literario.
En fin, déjenme que les cuente una historia de risa para acabar con esta broma. En La cruz de hierro, la película de Sam Peckinpah, un soldado oye un ruido retumbante, sale de su trinchera y grita: “Tanks! Tanks!” En los subtítulos franceses se puede leer: “Merci, merci!” Quizás todo esto se deba a la genialidad del traductor de las canciones de Dylan al sueco.