Dos mujeres. Una, de frente. La otra, de espaldas. Me dirijo a la primera.
- Buenos días. Vengo a visitar a don Marcelino.
- ¿Qué?
- ¿Está en casa, verdad?
- ¿Qué?
La otra se da la vuelta. Sonríe.
- Ya no pone los pies en la calle - me dice.
- Sólo quería pasar a saludarlo y hacerme una foto con él.
- Si es sólo para eso puede pasar.
- Gracias.
- Y si le habla, cuéntemelo, por favor.
- Habla mucho, pero se lo escucha poco.