Ayer, cuando volvía en tren a Ocata después de mi viaje por Sevilla y Huelva, me encontré con una antigua alumna. Fue, de hecho, una alumna del último COU que tuve, es decir, del último año que pude hacer de profesor de filosofía en un instituto.
El programa de COU era extenso y me preocupaba más la historia de la filosofía que los autores que "entraban" en selectividad. Por eso, completando lo que hacíamos en clase, cada trimestre leían un texto filosófico un poco complejo. Eran libros como la Apología de Sócrates de Platón, El Discurso del método de Descartes, o el Cándido de Voltaire...
Pero es que, además, teníamos tiempo en clase -casi lloro de emoción al recordarlo- para desmenuzar la Crítica de la razón pura, de Kant. ¡Y aún acababa yo con mala conciencia porque Hegel lo veíamos demasiado superficialmente!
No me parece -por decirlo así- que aquellos alumnos de COU estén hoy incapacitados para enfrentarse a los retos del siglo XXI, ni que sean menos creativos o críticos o autónomos que los que vinieron después. Lo que sí puedo asegurar es que, al constatar las dificultades crecientes de comprensión de mis alumnos que venían de la ESO, comencé eliminando los libros de lectura trimestral y sustituyéndolos por textos seleccionados y "editados" para que fuesen de fácil lectura y que cada año iba reduciendo estos textos, porque si tenían más de 500 palabras mis alumnos se perdían.