En 1626, Sir Francis Bacon, una de las mentes más influyentes de su tiempo, veía nevar.
Ustedes pueden pensar que esto nada tiene de filosófico, pero piensen también en la que armó Newton viendo caer una manzana.
Tenemos pues a Bacon viendo nevar y sintiendo mucho frío. Tanto que se le ocurrió que quizás era buena idea comprobar si se podía usar la nieve para conservar la carne. Como era un hombre competencial, compró un pollo, lo mató y lo rellenó de nieve.
Resultado: el pollo no se congeló, pero Sir Bacon, con tanta ida y venida bajo la nieve, sí. Cogió un resfriado -tal, me imagino, como el mío ahora- que se convirtió en neumonía -toco madera-, y murió poco después.