He salido esta tarde a dar un paseo por la playa de Ocata acompañado por Shostakovich, que nunca me defrauda. El cielo estaba tremendo y en un primer momento pensé que me sugeriría escuchar la séptima o la octava, pero para mi sorpresa se ha decidido por la que más desentonaba con las estridencias del cielo, la novena. Me ha costado entender su pretensión.
La novena sinfonía de Shostakovich fue estrenada poco después de finalizar la Segunda Guerra Mundial en un lugar tan cargado de simbolismo como Leningrado. Todos esperaban la música que cantaría la gloria de la victoria con un despliegue que fuera incluso superior al de la novena sinfonía de Beethoven, pero se encontraron con una sátira melancólica que a veces se acerca a la elegía (el segundo movimiento, con su transición del solo de clarinete a las cuerdas) y a veces a la carcajada. Lo curioso del caso es que Shostakovich comenzó a escribirla con un tono majestuoso, pero se interrumpió de repente, abandonó lo escrito y siguió un camino totalmente opuesto.
No sé qué pudo pretender Shostakovich, pero a mi parecer le salió un guiño a la vida liviana, que era, precisamente, la única vida imposible en la Union Soviética de Stalin.
Parece que Shostakovich quisiera recordarnos que la vida es una búsqueda triste de alegría. "A los músicos", dijo, "les encantará interpretarla y los críticos disfrutarán destrozándola". Sabía, pues, a qué se exponía al desnudar los hechos de su grandilocuencia oficial.
Los guardianes de la ortodoxia estalinista cayeron sobre Shostakovich como buitres, acusándolo de desconectar de la realidad. Pero esta reacción desmedida, paradójicamente, le da la razón a él. En 1948 prohibieron esta sinfonía. ¡Y después criticamos a Platón por expulsar los poetas de su ciudad!
Mucho más tarde confesará Shostakovich: "Ellos querían que produjera una fanfarria, una oda; querían que escribiera una Novena Sinfonía majestuosa... El golpe era inevitable... Cuando se presentó, Stalin se puso furioso. Se sintió profundamente ofendido, porque no había ningún coro, ni solistas, ni apoteosis. Ni siquiera una miserable dedicatoria. Era solamente música... No pude escribir una apoteosis a Stalin... simplemente no pude."
Stalin intuyó que en aquella obra había un insulto dirigido contra él, pero era incapaz de entender su naturaleza, porque era incapaz de entender que alguien reivindicase la ironía como un canto de victoria. Y en esto se ha puesto definitivamente el sol tras Collserola.