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De repente todo cambia. Hasta la luz se hace más luminosa. Esta habitación bien pudiera haber sido el despacho del consul, Vladimir Antónov-Ovséyenko. Me acerco a los cristales. Lo primero que veo es el edificio de Cosmo-Caixa. Justamente allí estaba el psiquiátrico de la Nueva Belén, donde ingresaron a Caridad Mercader sus hermanos por considerar que era mejor declararla loca que mantenerla en su escandalosa libertad. No puedo evitar imaginármela a mi lado, comentándole a Eitingon los pormenores de su internamiento.
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Buena gente, en Gedisa. Salgo de allí con varios libros: Los patitos feos, de Boris Cyrulnik; La leyes sociales, de Gabriel Tarde, y Común, de Christian Laval y Pierre Dardot.
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Atravieso lentamente el pequeño patio de la entrada y cierro la puerta con cuidado, para no despertar viejos fantasmas.
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