Me encuentro a las 11:30 de la mañana con Caterina da Lisca, en una habitación con amplios ventanales en la sede de la editorial Gedisa. La luz entra a raudales. Es cálida y agradable y arranca pequeños destellos de las cubiertas de los libros de las estanterías. Le comento a Caterina que quisiera saber en cuál de las casas de esta calle se encontraba el consulado soviético durante la guerra civil. Me sonríe y con el dedo índice señala el suelo. "¿No me digas?" Asiente con la cabeza con una sonrisa de complicidad. "¡Aquí!"
De repente todo cambia. Hasta la luz se hace más luminosa. Esta habitación bien pudiera haber sido el despacho del consul, Vladimir Antónov-Ovséyenko. Me acerco a los cristales. Lo primero que veo es el edificio de Cosmo-Caixa. Justamente allí estaba el psiquiátrico de la Nueva Belén, donde ingresaron a Caridad Mercader sus hermanos por considerar que era mejor declararla loca que mantenerla en su escandalosa libertad. No puedo evitar imaginármela a mi lado, comentándole a Eitingon los pormenores de su internamiento.
Buena gente, en Gedisa. Salgo de allí con varios libros: Los patitos feos, de Boris Cyrulnik; La leyes sociales, de Gabriel Tarde, y Común, de Christian Laval y Pierre Dardot.
Atravieso lentamente el pequeño patio de la entrada y cierro la puerta con cuidado, para no despertar viejos fantasmas.
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