Son las 6:29. Acabo de cerrar On human nature, de Roger Scruton. A lo largo de este mes de marzo que también se acaba, he leído de este mismo autor Usos del pesimismo, El alma del mundo, How to be a conservative y Education and Indoctrination.
La sensación final, a pesar de que podría señalar varias páginas magníficas, cuyos argumentos me guardo para mis propios debates, es ligeramente decepcionante. Scruton nos puede proporcionar un cierto aroma intelectual para lucir de conservadores, pero no nos ofrece argumentos válidos para fundamentar el conservadurismo del siglo XXI, que es el conservadurismo tout court, claro.
Cuando, más allá de la atmósfera general conservadora de sus escritos, pretende dar argumentos fuertes que justifiquen su conservadurismo, el lector suele encontrarse con tesis liberales acompañadas de una defensa de la sabiduría práctica y del amor a lo nuestro (al terruño y a las leyes viejas) que no va más allá de la reivindicación romántica y, por lo tanto, retórica, de lo ancestral en lo actual. Suena muy bien, pero eso no es suficiente.
A mi modo de ver, el conservador, para merecer ese nombre, ha de haberse enfrentado abiertamente al nihilismo. De ahí mi interés por Donoso Cortés. Pero además debe salir de este enfrentamiento con la convicción de que el principio represor que guía inevitablemente la vida en común, aunque se metamorfosea, no puede ser reprimido. No puede serlo por la sencilla razón de que es también el principio conformador del animal político.
Hay que ir más allá de Fichte y Hegel y situar la conciencia del yo fuera de las relaciones formales de un Yo y un Tú apolíticos. Hay que encarnar al Yo y al Tú. El yo es una construcción política no porque se dirija a un tú que también es un yo, etc, sino porque esta actividad tiene lugar inevitablemente en el seno de una politeia, por lo cual el verdadero construcción de yo es mi politeia. Dicho de otra forma: para justificar el conservadurismo hay que justificar que el hombre es un animal político y no meramente social. Justificar el conservadurismo es justificarme.
Añado que la autonomía posible del sujeto depende siempre de una politeia heterónoma.
Ahora bien, nada de esto tiene sentido si no se acepta que el hecho político fundamental es la politeia. Pero si no se hace así, la defensa del sentido común y de la sabiduría práctica del hombre corriente (sin la cual tampoco hay conservadurismo) se queda a medias y se tiene que recurrir como complemento a argumentos quizás entrañables, pero insuficientes, como los de Orwell (cuando no al propio y entrañable Orwell). No basta mostrar que, efectivamente, por vivir con los demás vivimos también aprendiendo de ellos, de la manera como resuelven sus problemas, anticipan respuestas, crean lazos de fidelidad, etc. Hace falta mostrar, especialmente, a la luz de qué concepción de lo alto y de lo bajo tiene todo esto lugar.