En uno de los capítulos de El huerto de Epicteto (1906) cuenta Antonio Zozaya su utopía. Se trata de un futuro en el que la inteligencia y, sobe todo, el arte y el genio, habrán sido socializados, de manera que ya no habrá escritores famosos porque todo el mundo será un gran escritor. "No habrá Homeros", dice, "ni Apeles ni Fidias". "No habrá grandes estatuas, ni lienzos, ni en los nuevos cantos geórgicos sonará rumor fresco de manantiales y crujido de ondulantes espigas; cada cual será artista de su propio vivir, y el universo entero se llamará pinacoteca". En ese mundo serán "imposibles los Sócrates".
Al superhombre le corresponderá la superhembra y "el gusto, la gracia, la majestad del coro hará imposibles las protagonistas memorables, Frinés y Aspasias, Medeas y Andrómacas".
Me ha divertido la lectura de esta idea pero, tras leerla, me he dado cuenta de que, en cierta manera, este es el sueño nunca explicitado, pero no por ello menos real, de la nueva pedagogía: socializar el arte y el genio mediante la difusión de la buena nueva de que cada uno -cada uno de los seres humanos que poblamos el mundo- tiene su propia vía hacia la excelencia y que, por o tanto, todos podemos ser excelentes. Quizás nuestras excelencias sean distintas, de acuerdo con nuestra específica inteligencia, pero ninguna será superior a la otra. Todos seremos iguales porque seremos igualmente diferentes.