Me manda B. un
artículo de Le Monde, firmado por Pascale Kremer que habla de la singular relación que los adolescentes franceses mantienen con su teléfono móvil.
Lo más llamativo es que lo utilizan para mil cosas distintas, excepto para hablar por teléfono. "El smartphone se ha convertido en la prolongación de su brazo, pero nunca lo acercan a la oreja (...). El teléfono sirve para todo excepto para telefonear."
"Desde principios del decenio la prensa anglosajona está describiendo el declive de las conversaciones telefónicas, particularmente espectacular entre los adolescentes." En el 2016
The Guardian consideraba que uno de cada cuatro no lo utilizaba nunca para hacer una llamada. Se está acentuado la tendencia.
La conversación telefónica ha sido sustituida por los SMS y sobre todo por las aplicaciones de mensajería instantánea, frecuentemente en el contexto de una red social, que permiten enviar a un grupo mensajes lúdicos que mezclan textos, imágenes y vídeos.
Las relaciones humanas directas parecen presentar para nuestros jóvenes demasiadas complicaciones: tienen demasiados silencios que llenar.
Leo el artículo sin sorpresa, pero sí con un dolor que casi llamaría reumático, porque debe ser propio de viejos. Pero si Platón tenía razón -y yo creo que así era- cuando sostenía que el pensamiento es el diálogo con nosotros mismos, es decir, si el pensamiento crece a medida que interiorizamos el diálogo con los otros, me pregunto cómo va creciendo el pensamiento de nuestros jóvenes.
Releo este penúltimo "nuestros" y me corrijo, porque aunque este fenómenos sea llamativo y vaya en aumento, no caracteriza a todos los jóvenes, sino a un sector que parece dispuesto, gozosamente, a hacer un uso cada vez más esquemático de sus competencias intelectuales. Mientras tanto, estamos viendo desarrollarse una elite cognitiva entre la juventud que tiene muy claro lo que está en juego. Ambas tendencias cuentas con la complicidad de la escuela. Por eso es importante saber si la escuela a la que llevamos a nuestros hijos es de las que consideran que todo lo innovador es bueno o de las que siguen creyendo que lo bueno es el criterio que sirve para juzgar lo nuevo.