Tiene razón Platón cuando dice que pensar es sacar a la luz explícita lo que de alguna manera llevas contigo de manera implícita. Lo que ocurre es que para llevar cosas dentro hay que llenar el depósito de conocimientos. En caso contrario se corre el riesgo de descubrir cada día el Mediterráneo. La reminiscencia es darse cuenta de que sabemos más cosas que las creíamos saber cuando nos pusimos a pensar. Estaban ahí, pero había que tirar del hilo.
Los grandes pensadores piensan pensando. Ponen sus pensamientos delante de su su conciencia y van desplegándolos en una dirección determinada, paso a paso, de manera rigurosa.
Los pensadores mediocres necesitamos seguir otro camino. Yo, al menos, para pensar necesito o hablar o escribir.
Más de una vez, después de estar hablando con alguien tengo que tomar apuntes de los argumentos que he aportado al diálogo, precisamente porque no los tenía en mente antes de ponerme a hablar. Entre asentimientos y objeciones algo que inicialmente era difuso ha ido tomando cuerpo. Pero mi manera habitual de trabajar es la de escribir primero las ideas que tengo sobre una cuestión y después leer despacio lo escrito, descubriendo que en el texto hay sugerencias de las que no era consciente en el momento de escribirlo. A veces esas sugerencias se resumen en una sola palabra, pero esa palabra, al nombrar lo que no estaba, le da la vuelta completa a un argumento. En otras ocasiones -y no precisamente las menos- lo que la lectura me demuestra es que tengo que desarrollar más a fondo una idea y que para ello necesito recurrir a los grandes pensadores que han tratado de la misma cuestión que a mi me ocupa. No es extraño que me vea en un aprieto y que para salir de él tenga que pensar contra mi mismo, porque me doy cuenta de que, en el fondo, no comparto la tesis que defiendo. De esta forma el primer texto se convierte en un segundo, en un tercero o en un cuarto texto y frecuentemente entre el primero y el último hay muy pocas cosas en común.
El proceso puede ser agotador, pero fascinante, no tanto porque llegue a conclusiones sublimes, sino porque me obliga a ponerme a mí mismo contra las cuerdas hasta que puedo dar a lo escrito una conformidad convincente que, en ningún caso, será definitiva, porque cuanta más visibilidad toma una nueva idea en el texto, más posibilidades encuentro de desplegarla en direcciones que inicialmente no tenía previsto seguir.
He llegado al último capítulo de un libro que me ha hecho sudar la gota gorda. Del texto inicial que escribí el diciembre pasado queda poco. El actual tiene 100 páginas más y es bastante más complejo. Sé, que en el fondo, podría no acabarlo nunca. Pero sé también que probablemente mañana o pasado mañana lo daré por acabado con la sensación de que en cierta forma he cambiado yo más que el propio texto.