Ya lo he contado otras veces, pero lo contaré una más: Aseguraba Leo Strauss que su abuela le solía decir: “Te sorprenderías, hijo mío, si supieras con qué poca sabiduría está regido el mundo”. Yo estoy de acuerdo con la abuela de Strauss. Estoy convencido de que la realidad de las cosas humanas es demasiado compleja y desabrida como para que quiera someterse con docilidad a nuestros esquemas explicativos. O sea, que nuestra inteligencia política no puede ser sino escasa y que por eso es bienaventurado el país cuyos dirigentes saben elegir el mal menor.
Como muestra de la rebeldía de la realidad, sirvan estas cuatro historias:
La primera. La cuenta Iván Bunin en Días malditos: “Buena parte de lo que sucede tiene su origen en la mera estupidez. Tolstoi decía que nueve de cada diez locuras perpetradas por los hombres, se debían, simplemente, a la estupidez. Solía contar lo siguiente:- Cuando era joven teníamos un amigo, un tipo muy pobre, que se compró un canario de latón con las últimas monedas que le quedaban. Nos rompíamos la cabeza buscándole una explicación a ese proceder tan absurdo, hasta que nos acordamos de que nuestro amigo no era más que un terrible imbécil”
La segunda, recogida en la prensa. Ocurrió en agosto del año 2006 en Leicester. Darren, un joven de treinta y tres años, fue encontrado muerto en su casa, en medio de un charco de sangre, con un cuchillo a su lado. La policía estuvo manejando varias hipótesis que, una tras otra, la conducían a un callejón sin salida, hasta que la viuda confesó avergonzada la clave del misterio: su esposo, ansioso por saber si su nueva chaqueta podría resistir las heridas de un arma blanca, se apuñaló a sí mismo.
Esta la cuenta Erich Arendt en Los papeles de España. En la guerra civil española un corneta se vio atrapado en el fondo de un pequeño valle de la Sierra de Alcubierre por el fuego cruzado de los dos bandos. No se le ocurrió nada mejor que tocar la orden de ¡alto!, que inmediatamente fue acatada por todos, de manera que pudo volver tranquilamente con los suyos.
La última la recojo de Hans Magnus Enzensberger, tal como la cuenta en Tumulto. Asegura que el escritor francés Armand Gatti hizo un viaje a Pequín junto a un grupo de intelectuales europeos a finales de los sesenta. Todos fueron recibidos por el Gran Timonel, Mao Zedong, que les autorizó a hacerle preguntas. Gatti se interesó por el futuro. Mao metió su mano en un bolsillo, sacó una carpeta, buscó una hoja en blanco, la arrancó y se la entregó. Durante meses, Gatti conservó aquella hoja en blanco entre las páginas de un libro. Un día sus hijos sacaron el libro de la estantería, encontraron la hoja y la llenaron de garabatos indescifrables.
Dado que la realidad es así, el arte de la política consiste en hacerle creer a la población que no es exactamente así. En la política lo que cuentan no son los hechos, sino el relato que se puede construir con ellos. El relato vencedor es el que hace creer a la ciudadanía que el político que la representa es capaz de domesticar la historia.
Añado el enlace a un artículo que firmo en El Mundo titulado Nosotros somos... ¿nosotros?