Aviso para navegantes:
Mi amiga B. me ha enviado desde París un libro. Pero si ella lo envía, no es sólo un libro.
Si algo es evidente es que B. da siempre en la diana. Tenerla a ella de consejera literaria es como disponer de un embajador en el Parnaso. Libro que me recomienda, libro que está condenado a tener éxito de manera inmediata.
Quede constancia, pues, de lo evidente.
Gracias, B.
Al comenzar a leer el libro me ha sorprendido lo familiar que me resultaba el texto. ¿A qué se debía? Al finalizar el primer párrafo, no tenía duda: yo había leído eso. ¿Pero cómo podía ser posible si estaba seguro de no haber leído el libro? De repente he caído en la cuenta: El 19 de abril del año pasado escribí en un post: Esta mañana he encontrado esta joya en The New Yorker que me permite comprobar, de nuevo, la actualidad de los clásicos:
A FATHER’S FINAL ODYSSEYBy Daniel Mendelsohn
Y así se cierra el círculo, permitiéndome constatar, de nuevo, que todo lo que rima es verdadero.