"Un día nos paseábamos a lo largo del Isere, por un lugar cubierto de sauces espinosos. Vi sobre estos arbustos frutos maduros, y sentí la curiosidad de probarlos. Como la ligera acidez de las pepitas me resultó muy agradable, me puse a comer para reanimarme; el señor Bovier permanecía a mi lado sin imitarme y sin decir nada. Apareció uno de sus amigos que, al verme picotearlos, me dijo: "¡Eh! señor, ¿qué hacéis? ¿Ignoráis que este fruto es venenoso?" "¿Este fruto es venenoso?", exclamé yo sorprendido. "Sin duda", continuó, "y todo el mundo es tan consciente de eso que nadie en el país se atreve a probarlo". Miré al señor Bovier y le dije "¿Por qué no me lo habéis dicho?" "¡Ah, señor", me respondió con un tono respetuoso, "no osaba tomarme esa libertad".
- Rousseau, "Meditaciones del paseante solitario".