Pasan las horas, una tras otra, y ninguna se fija en mi, ninguna me dice nada. Les soy invisible. Me repito que ya está bien y que tengo que ponerme a trabajar. He traído montones de documentos de diferentes archivos de México que debo analizar, clasificar, etc. Pero ahí están. Mirándome también desganados, como las horas. Me digo a mi mismo, un poco como San Agustín le pedía a Dios que lo hiciera casto: Anda y estimula mis ganas de trabajar, pero no aún... Mañana, quizás... Así que vivo entre puntos suspensivos, que no es una manera adusta de vivir, la verdad, pero me resulta un tanto ajena. No me encaja del todo. A las tres de la mañana me intereso por el concepto de individuo en Suárez y pienso que le saca al menos una cabeza en la carrera metafísica al de Santo Tomás. Bebo un vaso de leche. Veo en la televisión programas infectos. Y a las once no puedo con mi cuerpo para sacarlo de entre las sábanas y tengo que tirar de él como de un peso muerto. Sentado en el borde de la cama vuelvo a pensar en Suárez y en la voluntad como primer motor, como "causa sui", y me voy a la ducha a cantar canciones estúpidas que dejan mi orgullo como constructor voluntario de mí mismo a la altura del sumidero. O el jet lag se pasa pronto o, la verdad, corro el riesgo de instalarme plácidamente en esta galbana.... y el jueves toca un acto importante.