"Yo (el ser que soy, el ser racional y finito) tengo con ustedes relaciones interiores y relaciones exteriores. Bajo el aspecto de las interiores relaciones, nos unimos bajo la superior unidad de la ciencia; yo soy maestro y ustedes son discípulos. Si pasamos a las relaciones exteriores, la sociedad exige de ustedes una prueba; yo he de ser examinador, ustedes examinados"
Así encabezaba don Nicolás Salmerón la nota que dirigió a sus alumnos a finales del curso de 1873 a 1874 para comunicarles que estaban todos suspendidos. "Como amigo debo advertirles a ustedes que es inútil que se presenten a examen, porque estoy determinado a no aprobar a nadie".
Muy posiblemente actúo así para no suspender únicamente a su mejor alumno, Marcelino Menéndez Pelayo, lo cual hubiera sido aún más escandaloso. Sentía hacia éste una animadversión insuperable... que, en todo caso, no era menor que la que el alumno sentía por todo asomo de krausismo: "El krausismo es una especie de masonería en la que los unos se protegen a los otros y el que una vez entra, tarde o nunca sale. No creas que esto son tonterías o extravagancias; esto es cosa sabida por todo el mundo.", le escribe Marcelino a su padre. "En la forma -llegará a decir don Marcelino- los libros de los krausistas son un páramo habitado por salvajes".
Los estudios universitarios de Menéndez Pelayo bien merecen una tesis doctoral. Estando en la Universidad de Barcelona, los revolucionarios que se encontraron de sopetón con la primera república, decidieron reducir la escala de notas universitarias y dejarla solamente en un suspenso y un aprobado, que es una manera muy conocida de fomentar la equidad, como bien sabemos hoy en día. Entre los que tuvieron un aprobado mondo y lirondo se encontraba también, aunque en Madrid, don José Canalejas.