Tras atravesar la ciudad de punta a punta en zig-zag, finalmente caemos rendidos en la terraza de un bar de la Plaza de la Puerta de Santa Catalina, junto a la muralla de "Es baluard". La mañana es primaveral y, por lo tanto, voluble. A veces se levantaba una ráfaga de viento que nos hace lamentar que no hayamos salido con más ropa, y a veces aparece un sol radiante entre las nubes, casi veraniego, que nos hace lamentar el exceso de ropa. En la terraza, gracias a Dios, estamos a resguardo y podemos relajarnos tranquilamente... Tras pedir una caña, apoyo la nuca en la pared y estiro las piernas. De esta manera me descubro a mi mismo enganchado a la conversación que mantienen las dos mujeres de la mesa de al lado.
Deben tener unos setenta y tantos años. Una de ellas cuenta sus experiencias como criada en la casa de un tal Lorenzo y lo hace de manera tan indiscreta y directa que la otra se escandalizaba continuamente con lo que oye... aunque no por eso deja de escuchar. Sus pequeñas protestas y exclamaciones más bien parecen estimular a la narradora. Salen a relucir las sábanas de la cama de los señores y sus señales, descritas prolijamente, y así me voy enterando de la mórbida vida amorosa de Lorenzo y, sobre todo, de su señora. O, para ser más exacto, de la versión de la misma que cuenta su antigua criada.
Llevan un rato hablando cuando me doy cuenta de que están hablando de un importante escritor mallorquín fallecido en los años ochenta del siglo pasado, convertido hoy en un escritor de culto y, de repente, me siento culpable de mi curiosidad.
Clío, la musa de la historia, lo mismo se pone a contar menudencias, en los archivos o en las esquinas de las calles... que le da por quedarse callada velándonos décadas completas de la vida de un pueblo. Es muy suya, ella. ¡Pero venir a contarme a mí de manera indirecta todo aquella sarta de detalles!
No le digo nada a mi mujer, que está a mi lado leyendo El diario de Mallorca.
Esto sucedió antes de ayer. Hoy he quedado con Daniel Capó, que se ha presentado con un libro bajo el brazo, del que ya llevo leída -devorada- la mitad: En la ciudad sumergida, de José Carlos Llop. Y nada más abrirlo, me encuentro con Lorenzo, que es, de hecho, uno de sus protagonistas.
No pienso contar nada de lo que escuché antes de ayer. A nadie. ¡Que Clío se busque otro correveidile! Me quedo, eso sí, con la rima de los días, que es lo que siempre me llena de admiración.