Pasó ayer por la tarde -ya anochecía- en el cercanías que me traía a casa desde Barcelona. Una mujer mayor (con esa manera de ser mayor que pesa más que los años reales, porque ha desgastado más el cuerpo), muy flaca, demacrada, sucia, recorre el vagón pidiendo limosna con evidente desparpajo. Una viajera a mi lado le da un plátano, que recibe con alegría, diciendo que el gustan mucho a su hija. Un niño se levanta de su asiento y se dirige hacia ella ofreciéndole unas monedas. La mujer lo mira unos instantes y se las rechaza: “¡No, que eres menor! De los menores no acepto monedas”. Un estremecimiento de sorpresa y admiración nos recorre a todos. Es fácil verlo porque nuestras miradas se cruzan para comunicárnoslo en silencio. Aquella anciana está muy por encima de todos nosotros. Nos acaba de dar una lección de dignidad. La aristocracia es esto.
Yo iba leyendo El regreso liberal, de Mark Lilla y cerré el libro inmediatamente, como si -no sé muy bien por qué- estuviera haciendo algo que no se encontraba a la altura del momento.