“Apreciaba a los hombres directos y pendencieros, y sentía desprecio por abogados, maestros y demás oscurantistas. No era piadoso. Bebía whisky cada vez que sentía frío y procuraba tener un trago siempre a mano. Conocía más blasfemias que fragmentos de las Sagradas Escrituras y también las usaba y disfrutaba más. No creía en la sabiduría infalible de la gente común, sino que los consideraba unos memos y unos pelmazos, y trató por todos los medios de proteger a la república de ellos. Jamás abogó por una cura segura para todos los dolores del mundo, pues dudaba de que existiera semejante panacea. Y no le interesaba nada la moral privada de sus vecinos.
En definitiva, concluye Mencken, de vivir hoy, a George Washington le sería del todo imposible hacer carrera política. "El Senado no se atrevería a darle su confirmación; el Presidente no tendría arrestos para nominarlo". La prensa se cebaría en él considerándolo como un político elitista al servicio del poder del dinero.
H.L. Mencken, Pater Patriae (en “De la felicidad y otros escritos”)