Cuenta Apuleyo en Las floridas algunas cosas interesantes sobre Crates, el filósofo cínico, que con mucho gusto traslado a este café.
Comienza por el principio, presentándolo como discípulo de Diógenes el Cínico: “Oyendo Crates a Diógenes… tanto se enardeció su ánimo, que un día fue a la plaza pública y arrojó allí todo su patrimonio como vil carga, más embarazosa que útil. Después, en medio de la multitud que le rodeaba exclamó: ‘Crates emancipa a Crates’. Desde entonces, solo, desnudo, libre de todo, vivió toda su vida como verdadero hombre feliz."
¡Dichosos tiempos aquellos en los que para saber si alguien era filósofo había que observar su vida! Y esto es, precisamente, lo que provoca la admiración de Apuleyo: Crates consiguió amaestrar la virtud del dominio de sí. A esta virtud Sócrates le había dado el nombre de "enkrateia". Si "kratos" significa poder, la enkrateia es la posesión plena del poder sobre uno mismo. Todas las llamadas escuelas helenísticas no son sino formas diversas de aspirar a esta virtud. De todas ellas, la más estentórea, sin duda, fue la de los cínicos.
Apuleyo nos cuenta también cómo se emparejó Crates con una hermosa joven, Hiparquia: "una doncella de ilustre nacimiento, desdeñando a todos los pretendientes jóvenes y ricos, deseó unirse a él. Crates le descubrió sus hombros, entre los cuales tenía una joroba, puso en el suelo sus alforjas, su bastón y su manto, y le dijo que aquellos eran todos sus bienes, y sus atractivos personales ya los veía, añadiendo que consultara seriamente consigo misma, para que no se arrepintiera después. Hiparquia respondió que ya había reflexionado y deliberado bastante; que en parte alguna encontraría un marido más rico y más amable y que podía conducirla donde quisiera. Crates la llevó al Pórtico, y allí, en el sitio más frecuentado, ante todos, y en pleno día, se acostó junto a ella, y ante todos también hubiera consumado el matrimonio, a lo que accedía la joven con igual desenfado, si Zenón no les hubiera cubierto con su manto para ocultar a su maestro de las miradas de la multitud que le rodeaba.” Hay que interpretar esta conducta a la manera cínica. Para los seguidores de Diógenes nada natural podía ser vergonzoso. Si el deseo sexual era natural, su satisfacción también lo era. Por eso Diógenes no tenía inconveniente en masturbarse donde le viniera en gana y si alguien le reprochaba su conducta se defendía diciendo que ojalá pudiera aliviarse el hambre frotándose la tripa. Sócrates, sin embargo, sospechaba que en esta aparente espontaneidad cínica se escondía una inmensa vanidad.
Para resaltar su "enkrateia", Apuleyo compara a Crates con Hércules: "A Crates, discípulo de Diógenes, lo honraban sus contemporáneos en Atenas como un ser casi divino. Ninguna casa le fue jamás cerrada… Lo que los poetas cuentan de que Hércules sometió, venció con su valor tantos monstruos terribles, hombres y fieras, y que purgó de ellos al mundo, puede decirse de la cólera, de la envidia, de la avaricia, de la lujuria, de todos los monstruos y de todas las plagas del alma humana, para las cuales fue un Hércules este filósofo". Además, resalta Apuleyo, "había nacido en Tebas, donde según la tradición, nació Hércules".
Quien posee "enkrateia" puede usar de su cuerpo como un buen marinero usa de un barco, pero si no hay piloto, de nada le sirven al barco sus prestaciones: "Un barco, decía, es bueno hábilmente construido, bien acondicionado y elegantemente decorado por dentro, provisto pot fuera de un timón móvil, de un mástil elevado, de brillantes velas; en una palabra, de cuanto es necesario al equipo, de cuanto puede agradar a la vista. Pero si este barco no tiene piloto que lo dirija, o la tempestad es su piloto, pronto se sepultará con su magnífico equipaje en las profundidades del mar o se estrellará contra las rocas.”