Viernes 21
6:35. Hotel María Cristina. Ayer estuve en Puebla, reencontrándome con la amistad.
Salí de la Ciudad de México acompañado por una nutricionista de Chiapas, a eso de las 12:00 en dirección a Calpulalpan, siguiendo por la carretera que discurre por un paisaje verde, hermoso y escasamente poblado, entre los volcanes. A la izquierda, el Parque Nacional de La Malinche y a la derecha, el Parque Nacional de Iztaccihuatl-Popocatépetl.
Di una conferencia en la IEU, universidad privada, defendiendo, de manera un tanto osada, que las condiciones sociales condicionan, pero no determinan los resultados de ninguna escuela. Lo hice siendo plenamente consciente de que en México hay en torno a un 30% de niños desnutridos. Sostuve que el fatalismo sociológico acaba dejando las cosas como están, mientras nos exonera de la responsabilidad de interponer nuestra acción entre las causas económicas y los resultados culturales. Son los mismos datos estadísticos los que nos muestran con toda claridad que dentro de cada nivel socioeconómico los resultados de las escuelas son muy dispares y que puede haber más distancia entre ellos que la que hay entre escuelas de diferente nivel. Nada nos impide actuar ni, desde luego, actuar bien. Nada nos impide aumentar el conocimiento de un alumno, enseñarle una palabra nueva, una estructura sintáctica, hacerle conocer un cuadro, un poema…
Quise regresar a la Ciudad de México por el mismo camino, pero el conductor me advirtió de que no era conveniente: era una ruta poco transitada y por la noche había “mala gente al acecho”.
8:30. Desayunando en La Casa de los Abuelos. México es un país maravilloso… hasta que caes en la tentación de abrir la prensa del día. Hoy me he encontrado en la portada de La Jornada con este titular: “Secuestradas 840 personas en el país de enero a agosto.” En el interior me esperaba algo más grave: “En los primeros 8 meses de este año se abrieron 18.000 carpetas de homicidio doloso”. Es decir: se contabilizaron oficialmente 18.000 asesinatos. Cierro inmediatamente el periódico. O ocultas la realidad o no sales del hotel.
Hablo por teléfono con mi buen amigo Luis Moctezuma, a quien me temo que no voy a tener tiempo de saludar personalmente. Nos pasamos datos sobre Victor Serge y sobre su mujer, Laurette Séjourné.
- Ella –le digo- es mucho más interesante que él. Narrativamente más entretenida. Serge es un tipo pedante, beato, engolado, aburrido al que distan mucho de conocer todos los que lo admiran como el último revolucionario de octubre.
- ¡Un apacho!
Me explica que “apachar” viene del náhuatl “patzoa”, que significa “magullar, aplastar”. Efectivamente, Serge era un tipo aplastado por la imagen que se había construido de sí mismo.
11:00. Ateneo Español de México. Con la buena y muy eficaz gente de la Consejería de Educación de la embajada española. Siempre que entro aquí algo de mi se conmueve. Aquí una parte de España, amputada, vivió trasterrada.
José Gaos, acuñador del término “trasterrado”, sostenía que desterrado es el que tiene que dejar su patria y pasar a un lugar que le es ajeno, mientras que el “transterrado” es el que se encuentra en otro lugar como “empatriado”. No sé si logró empatriarse Armonía del Vivir Pensando. Sé que lo intentó el vasco Juan Larrea, que sintió que en México renacía el Espíritu europeo que había muerto en los campos de batalla de España. Defendió esta tesis en una obra singular titulada Rendición de espíritu, que vio la luz en 1943, el mismo año que se exhibió en el café La Blanca de la ciudad de México el espectáculo de la crucifixión de un faquir que se hacía llamar Harry Wieckede. Cuando lo visitó el ministro Maximino Ávila Camacho, hermano del Presidente de la República, Wieckede, que permaneció crucificado 488 horas y 45 minutos, le solicitó la nacionalidad mexicana. Murió poco después de ser desclavado a causa de un trombo en la vena cava, causado por su prolongada inmovilidad. En uno de mis viajes a México me aseguraron que el faquir Harry Wieckede era en realidad un exiliado andaluz que no había encontrado otra manera de no morirse de hambre. No he conseguido saber su verdadero nombre.