ITengo la sensación de que a medida que voy cumpliendo años mi cuerpo va dejando de ser un organismo para convertirse en una cacharrería en progresivo estado de disociación. En el cuerpo-organismo todo estaba íntimamente cohesionado, formando una unidad armónica de funcionamiento. En el cuerpo-cacharrería, las piezas se van independizando unas de otras, pero no porque tengan vocación de autonomía, sino porque el armazón que las mantenía unidas se va resquebrajando. En resumen, que ayer me sometí a una gastroscopia. Los resultados, bien; por hoy. Mañana o el año que viene habrá otra prueba. Y nadie es eterno. Me han despertado de la anestesia sin contemplaciones y les he gritado de malas maneras que me dejasen dormir tranquilo. Se han reído de mí y han continuado zarandeándome . No ha habido manera.
IIMarta Ferrero me habló e Madrid de Doug Lemov. Pedí su libro el lunes en Jaén por Amazon. Me llegó ayer.
Lo he puesto en la pila de los libros pendientes, que es urgente que vaya reduciendo si no quiero morir bajo su peso cuando un día se desmorone.
IIIEsta mañana he grabado un vídeo en la sede de la editorial Planeta, un vídeo de promoción de la lectura para la campaña de Navidad. Ha recogido la charla que he mantenido con dos grandes: Sonia Fernández Vidal (autora de La puerta de los tres cerrojos, Quantic Love, Desayuno con partículas y El universo en tus manos) y José Ignacio Latorre (catedrático de física teórica de la Universidad de Barcelona, uno de los físicos españoles con más prestigio en el campo de la física cuántica). La verdad es que me siento muy cómodo hablando con científicos, entre otras cosas porque es mucho más probable encontrarse con un científico que haya leído a Platón (José Ignacio me ha demostrado conocer bien el Timeo y el Banquete) que con un profesor de ciencias sociales que haya leído a Euclides.
IVAl terminar he pasado por el despacho del editor de Ariel, a repasar algunos detalles de La imaginación conservadora y a proponerle un par de cosas. Tengo muchas más ideas que tiempo para llevarlas a cabo.
VLlevo varias semanas viajando con Nicolás Gómez Dávila. Me traje de Bogotá sus obras completas y he paseado con él por Salamanca, San Sebastián, Madrid, Jaén y -esta misma mañana- por Barcelona. Es una magnífica compañía. Creo que podría pasar un año sin frecuentar otra lectura que la de sus Escolios a un texto implícito. Me está enseñando muchas cosas, don Nicolás... algunas bien perversas. El ejercicio de recomponer el texto implícito que se asoma a los trozos rotos del cristal que lo contuvo es exigente y, por supuesto, condenado al fracaso, cosa que convierte esta aventura lectora en un ejercicio de caballería.