En todo texto escrito hay algo que el autor no considera necesario explicar y se lo ahorra al lector.
Si el autor utiliza, por ejemplo, la expresión “sentarse en la mesa”, dará por supuesto que el lector sabrá, por el contexto, si ha de entenderla como “tomar la mesa como asiento”, “sentarse frente a frente en una mesa para negociar” o “sentarse en torno a una mesa para comer”.
Considérese la siguiente frase: “Aunque mi madre me prohibió llevar el móvil, lo metí en la mochila y no pude resistir el deseo de jugar con él en la biblioteca”. El autor no especifica que en la biblioteca hay que estar en silencio, que los móviles hacen ruido y distraen, que los niños no resisten muy bien la tentación de usar el móvil. El lector ya lo sabe y por eso mismo entiende muy bien por qué esa madre le prohibió a su hijo llevar el móvil a la biblioteca. Cuanto más especializado sea un texto, más elusivo es el autor. Un artículo de economía, un reportaje sobre un parque natural, una entrevista con un futbolista, una crónica parlamentaria pueden entenderse como diferentes regímenes de elusiones.
Cuando un lego en el toreo se enfrenta a una crónica taurina no tarda en descubrir que el arte de Cúchares tiene su propio vocabulario. Exactamente lo mismo pasa con la gastronomía, la economía o la botánica. Cada dificultad revela un vacío fáctico. Es como un tropiezo en la propia ignorancia al que podemos dar el nombre de carga cognitiva.
Recientemente me encontré en Bogotá con un gran titular en la primera página del diario El Nuevo Siglo, que decía esto: “Insisten en tatequieto a jíbaros”. Con "tatequieto" y "jíbaros" me enfrentaba a dos vacíos fácticos que me hacían ininteligible el titular.
Aprender a leer no es como aprender a andar en bici. Una vez que aprendemos a pedalear, sabemos pedalear en cualquier terreno.
A andar en bici se aprende de una vez y para siempre. Es una destreza (lo que en inglés se llama “how-to skill”). Aprender a leer es más semejante a aprender a cocinar, que es un arte que necesita ser practicado con diferentes ingredientes. Cocinar y leer son “knowledge-based skills”. Por eso cuantas más cosas sabemos de cocina y de productos, mejor cocinamos y cuantas más cosas sabemos del mundo, mejor leemos.
Así pues, si queremos facilitar la comprensión, debemos preocuparnos por llenar los vacíos fácticos de los lectores. El conocimiento es un potenciador de la comprensión lectora.
Si cada dificultad lectora es un tropiezo, la velocidad lectora del alumno puede ser vista como un índice preciso de la carga cognitiva que le supone un texto (de la cantidad de vacíos fácticos que le presenta). Normalmente leemos en torno a 300 palabras por minuto. Cada palabra desconocida nos ralentiza y si hay muchas, el texto se nos hace incomprensible. Si la velocidad es inferior a las 60 palabras por minuto, probablemente el lector no comprende nada de lo que lee.