Marco Aurelio comienza sus Meditaciones por donde hay que comenzar las cosas serias, por los agradecimientos.
Pasa revista a todos los que le han permitido ser, no tanto emperador de Roma como un hombre adulto que sabe contemplar el horizonte de su vida sin vergüenza ni temor, destacando a su padre adoptivo y a su maestro.
A su padre adoptivo, el emperador Antonio Pío, le debe "el amor al trabajo y la tenacidad", y a su maestro, el filósofo estoico Rústico, haber aprendido a leer con precisión, a no contentarse con una comprensión a la ligera de las cosas y a no asentir rápidamente a los argumentos de los que hablan demasiado.
Leo el párrafo, cierro el libro y divago. Tengo muchas e importantes cosas que agradecer a muchas personas, ciertamente, pero entre ellas no acabo de encontrar a un Rústico.