Siento una profunda y sincera admiración tanto por Cánovas como por Sagasta. Lo que pretendieron hacer con la Restauración me parece admirable y los fallos de la misma (el caciquismo, el principal) no fueron más escandalosos que los habituales en otros lugares. Conviene que nos repitamos a nosotros mismos, al menos un par de veces cada día, que el supuesto fundamental de una España problemática es una Europa aproblemática.
Cánovas ha sido, muy posiblemente, el político más culto que ha ocupado la Presidencia del Gobierno en España. En su residencia del número 2 de la calle Fuencarral, su biblioteca alcanzaba los 30.000 volúmenes. Allí, entre sus libros, le gustaba pasar las mañanas de los días festivos. Si bien su mal genio y su orgullo a veces mostraban lo peor de su carácter, su inteligencia era muy superior a sus defectos. Además, ¿podría haberse metido sin orgullo en el berenjenal en el que se metió? ¿Y sin mal genio, hubiera conseguido sujetar a los suyos?
Tengo la impresión de que la alternancia en el gobierno era para Cánovas algo muy distinto de lo que era para Sagasta. Para Cánovas significaba dejar ciertos problemas en manos de los liberales, porque afrontarlos tal como debían ser afrontados, significaría la ruina de la coalición que sustentaba el conservadurismo. Esto era especialmente manifiesto en lo relacionado con la posición del gobierno ante la Iglesia. Cánovas en absoluto veía con buenos ojos la intromisión del papado en los asuntos internos españoles, pero una parte sustancial de su partido, sí; así que dejaba el expediente en manos de Sagasta. Sagasta estaba en mejores condiciones que él para aplicar la letra del Concordato.